El “Principio de la Educación para la
Diversidad” reviste gran importancia, ya que pretende garantizar una verdadera
educación en igualdad de oportunidades; una educación equitativa e igualitaria.
Históricamente
las personas sordas han sido concebidas como «oyentes defectuosos», personas
in-válidas (sin valor), minusválidas (menor valor) o discapacitadas (sin
capacidades). Por lo cual, su participación ciudadana ha sido limitada y
condicionada a una serie de factores tales como el manejo de la lengua oral, la
escritura y lectura, estableciéndose así una relación de jerarquía y asimetría
de poder entre los oyentes y los no-oyentes.
La tendencia a normalizar y homogeneizar,
incluso en relación con la identidad considerada “normal”, que es la identidad
reconocida como valiosa y que corresponde a la de la cultura mayoritaria.
No obstante lo anterior, y sin duda a
partir de los aportes de W. Stokoe, esta concepción comienza a presentar
cambios paradigmáticos. Conceptos como comunidad lingüística, cultura
minoritaria, procesos socioculturales, interculturalidad, identidad, entre
otros, son cada vez más inevitables al momento de aproximarnos a las personas
sordas, y es la propia comunidad sorda la que comienza a hacerse visible.